Al abrir los
ojos, después de esa fatídica noche. Sintió su cuerpo romper sobre el frío
granito. Cogió aire y levantó, como pudo, la mano que aún empuñaba el bastón de
almendro. Intentó enfocar la vista en el viejo poster de los Kiss.
Definitivamente era su habitación, tal y como la había dejado antes de salir de
casa… Entonces… ¿había sido real?
Sentía las
manos cubiertas de heridas, el corte del pecho ardía bajo el pijama y el bastón
parecía tan real como lo había sido hacía apenas unas horas. Levantó las
sábanas y miró su pierna derecha, si aquello no había sido un sueño, aún
debería llevar las vendas de hojas de aloe protegiendo el ungüento “cogy” que
había impedido que se desangrara en aquel campo rojo.
Por supuesto,
allí estaba la venda, junto con los restos ensangrentados de su ropa y las
inalterables marcas de su clan. “Eres un halcón rojo, no intentes huir de tu
destino”, aquella fría voz, en un rostro tan negro como el mismísimo infierno.
Esa… persona… había aparecido de la nada envuelto en llamas y había gritado su
nombre… Fue una sensación tan…. ¿familiar? Juro que no lo había visto en la
vida, pero sentía como si algo los uniera desde hacía muchos años.
Claro, que todo
había pasado tan rápido... Seguramente, no fue más que una alucinación; un
sueño extraño después de un golpe en el trabajo.
Apoyó el peso
en la pierna izquierda y se ayudó del bastón para llegar al servicio. Vio su
cara cubierta de polvo, su pijama rasgado, los cortes de las manos… y decidió
que sería mejor darse una ducha. El agua ardía, dejando la piel al rojo vivo en
lo que, supuso, pronto serían cicatrices. Siempre se había despejado con una
buena ducha fría, pero algo desde su tobillo le empujaba a subir la
temperatura.
Para su
sorpresa, cuanto más calentaba el agua, menos dolían los cortes y… espera,
¿dónde estaban todos los cortes de sus manos? ¿Por qué ya no le ardía el pecho?
Fijó la mirada en las vendas de aloe que se escapaban por el desagüe; tampoco
parecían tener restos de sangre… No era posible, pero no había rastro alguno de
cortes, arañazos ni quemaduras en todo su cuerpo.
Se enfundó los
vaqueros de la silla, una camiseta cualquiera y salió de casa a toda prisa.
Tenía que hablar con alguien, él sabría qué estaba pasando. Todo había empezado
en aquella sala de tatuajes decrépita.
Ele buscó la
tienda por cada esquina de aquel pueblucho, pero no encontró nada. No podía
ser, lo había visto con sus propios ojos, había sentido las agujas, y aquella
figura plateada brillaba en su tobillo como recién hecha.
Se fijó más en
las líneas del dibujo, había algo que no había visto la noche anterior.
Aquellas garras no eran una simple mancha en su piel, parecían unas huellas
dactilares o algo así… Con sus venas, sus líneas…
Un segundo, Ele
volvió a casa corriendo, de pronto comprendió algo que no podía ser cierto.
Esas venas las había visto antes, no eran simples líneas al azar formando un
dibujo. Eso era un… un circuito. No podía ser, pero no quedaban dudas, bajo la
lupa de joyero de su padre estaba clarísimo; ¡le habían pintado un código
electrónico en el tobillo!
Encendió el
ordenador y buscó en internet, pero obviamente no encontró nada interesante;
teorías paranoicas, conspiraciones, la revolución de las máquinas, leyendas
antiguas…
Se acercó más
al tatuaje, pasó la mano por encima para ver si había algún mecanismo y… De
pronto volvió al mismo campo de la noche anterior. El terreno árido, un rojo
brillante donde mirase, piezas de metal esparcidas por todas partes, marcas de
explosiones, ese personaje que lo había llamado por su nombre…
- ¡Ele! Menos
mal que ya has vuelto, Ardnas está que trina por la pelea que causaste anoche,
tienes que hablar con ella ya mismo
- ¿Ardnas? ¿Y
que yo empecé la pelea? Pero si ese animal casi me mata
- Eso le he
dicho yo, pero quiere verte a ti
Sin más, empujó
a Ele sobre una tabla de hierro junto a él. De los laterales pronto salieron
cristales y se cerraron en una media esfera sobre sus cabezas. La improvisada
nave levitó unos kilómetros y frenó en seco antes de que Ele pudiera decir nada
más.
- Hemos
llegado, yo te dejo aquí, buena suerte
Se abrió una
puerta en mitad de una cantera y una mano tiró de Ele hacia su interior. Ardnas
resultó ser una comandante de guerra que había conseguido desarrollar una
tecnología inigualable. Al parecer la avispa que Ele había pisado sin querer la
noche anterior era una de sus creaciones. También el holograma que escupía
fuego y que casi lo quema todo, al parecer sólo defendía a la cría que Ele
había aplastado.
- Sé que toda
esta información satura un poco así de golpe, tranquila, aquí estás a salvo.
Marck lo ha explicado todo por ti, sólo queríamos darte la bienvenida
- Ardnas, yo…
sinceramente no entiendo nada de lo que me estás contando
- Espera, ¿no
te explicaron nada al hacerte eso?
- ¿El tatuaje?
Lo vi en la tienda nueva y decidí que sería un buen regalo de cumpleaños,
siempre había querido un tribal, pero esto me llamó, no sé explicarlo
- Claro que te
llamó, es la llave a esta dimensión; Etram, tierra de la tecnología. Sólo la
sangre de halcón acepta esa llave.
- Halcón… eso
dijo ¿Marck? anoche. ¿Qué… qué es?
- ¿Los halcones?
Somos los guardianes de este planeta. Tú nos creaste, ¿no te acuerdas? Has
vuelto a casa, Ele, llevamos años esperándote
Ardnas tendió
un viejo microchip a Ele y de pronto todo cobró sentido: Ella había creado ese
mundo hacía 15 años, cuando le echaron de la fábrica porque decían que una
mujer no podía ser ingeniera.
- Entonces,
¿funcionó? ¿Sois… mis inteligencias autónomas?
- Tus halcones,
Ele, lo lograste. Bienvenida a tu mundo.