lunes, 28 de enero de 2019

Cita a ciegas

Me gusta tanto su risa, sólo su risa… Me gusta más que nada en el mundo. Ella dice que nunca se ha reído tanto como conmigo. Miente muy mal, pero me hace sentir tan bien…


Recuerdo el primer día que nos conocimos: los nervios, las dudas, la inseguridad, me temblaban tanto las piernas que creí que no llegaría a la cita. Habíamos hablado por teléfono durante horas, durante meses… nos conocíamos a la perfección. Pero iba a ser tan raro hacerlo en persona...

-          ¿Cómo te reconoceré? – preguntó
-          Fácil: seré el que peor vista
-          No me hagas reír – bromeó al otro lado de la línea – seguro que vas muy elegante.
-          Yo sí sé cómo te reconoceré
-          Déjame adivinar; la más guapa del bar – Hasta yo sé que puso los ojos en blanco
-          Seguro que lo eres, pero yo no me fijaré en eso
-          Vaya… sorpréndeme entonces
-          Te reconoceré por tu risa
-          ¿Y si no me río?
-          Lo harás, tengo buen ojo… para los chistes – añadí conteniendo la risa.
-          Está bien, nos vemos en el bar entonces, pero por si acaso falla tu plan… seré la de la flor en el pelo.

No añadí más, sabía que ella no me había creído. Aún no sabía… bueno, lo mío. Pero confiaba en ella, y en mis oídos, reconocería esa risa en cualquier lugar.

Esa noche, entré al bar a en punto, guardé el bastón y, desde la puerta, pedí “una cerveza del tiempo…. Bien fría”.

Esperé. Oí muchas risas, algún comentario… pero no la suya. Empecé a preocuparme, pero fui hacia la barra cuando escuché cómo terminaba el grifo y un vaso de cristal descansaba con un ruido sordo sobre la vieja madera.
Justo cuando volví a dejar la caña en su sitio, con la mirada perdida, escuché en mis narices la risa que había estado buscando: esa risa dulce y callada a la vez.

-          ¿Julia?
-          Vaya, al final sí que me has reconocido por la risa
-          Te lo dije, tengo buen ojo – dije ocultando un poco la mirada
-          Los más bonitos del bar – añadió con la voz más cálida y sincera que he escuchado nunca
-          ¿No… de verdad no… no te importa?
-          ¿Importarme? ¡Claro que no! Dijimos que era una cita a ciegas, ¿no? Jajaja
-          Me encanta esa risa – admití, aún con las orejas rojas
-          Uffff Yo la odio, parezco una hiena
-          Mientes de pena
-          ¿Cómo lo sabes?
-          Te tiembla la mano derecha, siempre te pasa
-          Vaya… Esto… ¿lo has notado?
-          El mundo es muy distinto cuando no abres los ojos – sonreí, intentando guardar algo de misterio
-          Pues enséñamelo; vamos a dar una vuelta.



Paseamos por la orilla del río, por el parque de pinos y por el campo de romero recién plantado de la nueva rotonda. Ella me habló de los colores, las formas y sus rincones favoritos… Yo le conté cómo orientarse, cómo diferenciar los árboles por su olor, etc.

Y cuando fuimos a casa, justo antes de despedirse, me besó en los ojos:

-          Es lo que más me gusta de ti; me gusta descubrir tu mundo

Yo besé sus labios:

-          Es lo que más me gusta de ti; tienes la voz más dulce que he visto nunca

Fue, sin duda, la mejor cita (a ciegas) de mi vida.


sábado, 19 de enero de 2019

Sentirte cerca


Sentirte cerca.

La contradicción perfecta para una piel que se encoge,
que se atenaza y reseca
a la espera de una sombra,
de un vestigio,
de una nota…

Tras luchar contra viento y marea
y llevar puesta la mejor de las máscaras sociales.
Con el peso de toda la culpa compartida
y los oídos llenos de penas de otros.

Tras llenar el alma del vacío de otro Ser
que no es el mío
y agujerear el corazón con las espinas ajenas.

Tan sólo sentirte cerca.

Saber que estás sin estar,
que hay un apoyo en el abismo,
que este acantilado viene con escalera de incendios
para emergencias como esta;
para emergencias como el hueco
que han dejado en mis costillas la falta y el anhelo,
la búsqueda de un hogar que no sepa a delirio…

Emergencias como este yo,
que ya no sabe ser sin aire,
que se cansó de la batalla y suelta el puño a la deriva…

Sentirte cerca.

Hoy todo lo que necesitaba era sentirte cerca,
acompañarme de algo más que este vacío,
escucharme sin el eco de esta nada,
y desahogar mi llanto en tu sonrisa
al buen ritmo de una carcajada…
que cambie el negro por añil
y la nada por un mar de posibilidades,
donde remar en tu barca.

O en la mía.

Pero no sola;
dando giros en la ausencia
hasta crear torbellinos
y rezar porque me trague el miedo
un par de segundos antes
de dejarme devorar por el vacío.



miércoles, 9 de enero de 2019

Mi realidad contigo


Mi cama huele a ti,
te llama, te busca...

Mi almohada sueña tu pelo
y se enreda en un abrazo,
que sabe que lleva tu nombre.

La manta se cansa envolviendo mi cuerpo,
extraña el juego de tus manos y mis giros,
el roce de tu piel y tu anhelo,
siempre en busca de cobijo.

Mi habitación se expande,
buscando encontrarte en los rincones,
hacerte hueco en su escondite,
sentirse tuya, una vez más...

Te extrañan mis muebles,
mis ropas,
mi piel,
mi yo, que es más yo contigo;
ese nosotras
que suena a delirio en mi boca
y a oasis en la tuya.

Cosas de la lengua,
siempre deseando perderse
entre tus sueños
y mi realidad contigo.


domingo, 6 de enero de 2019

Si me atreviera a soñar...

Resultado de un taller de escritura creativa con Ana Wiya y Jorge de El silencio es miedo. Creación a partir del título de otro poema, en este caso, de Ana.


Si me atreviera a soñar,
los coches no volarían,
la paz seguiría siendo, tan solo, una idea utópica
y sí, 
seguiría lloviendo y helando en invierno.

Si me atreviera a soñar,
conservaría la casa, la familia,
el perro, eso sobre todo,
pero los estudios no,
esos no me harían falta.

Si me atreviera a soñar,
tan sólo eso, 
tan sólo atreverme...

No, no es lo que pensáis,
no es porque me falte imaginación
ni tampoco soy tan conformista.

Pero es que me falta el único sueño
que no puedo contaros...

Porque...
Cuando me atreva a soñar,
llegará el día en que nos demos cuenta
de que la educación
tiene que cambiar de bando.

Cuando me atreva a soñar,
mi profe será un niño
pequeño, bajito y de pelo enredado,
un niño de corazón lleno, manos vacías,
y una mirada
que diga más que diez mil libros de Santillana.

Cuando me atreva a soñar,
perderé el trabajo al que he dedicado mi vida
y dejaré de llamarme maestra.

Cuando me atreva a soñar...
despertará este día.


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