Una casa de muñecas siempre es algo más que una casa de muñecas.
Desde el primer momento en que entró en casa aquel paquete, supe que cambiaría nuestras vidas. Ana llevaba el regalo con tanto mimo que su entrada en el salón fue mágica, a cámara lenta y con un gran juego de luces, o así lo vi yo.
Llevábamos tantos años leyendo aquella súplica en la carta y sin poder hacer realidad su sueño, que sabíamos que o lo solucionábamos rápido o la perderíamos para siempre... Y nada puede compararse a la felicidad que sentimos al entrar en la tienda, coger su sueño y llevarlo a casa, a la espera de su reacción.
Llevábamos tantos años leyendo aquella súplica en la carta y sin poder hacer realidad su sueño, que sabíamos que o lo solucionábamos rápido o la perderíamos para siempre... Y nada puede compararse a la felicidad que sentimos al entrar en la tienda, coger su sueño y llevarlo a casa, a la espera de su reacción.
El momento había llegado, sus pequeñas manos abrían con cuidado aquel paquete, rebelando el contenido poco a poco. Una vez liberado de esa capa protectora, la luminosidad que acompaña a los sueños hechos realidad, se apoderó de la caja e iluminó toda la sala. Ojalá pudierais haber visto su carita, ya de por sí feliz y dulce, iluminada y con ese brillo especial en sus ojos. Es difícil de describir el sentimiento de amor, cariño y alegría que me embriagó en aquel momento. La vi levantarse, abrazarme y, sin decir una palabra más, sacar de su envase la casa de muñecas, con una suavidad y un cuidado dignos de una reliquia del sigo VI a.C que representara el más importante hallazgo de la humanidad.
Su madre se acercó a mi y me abrazó por la espalda, me susurró al oído que me quería, que era feliz, que tener una hija conmigo era lo mejor que había hecho en la vida. Yo no pude más que darle la razón. Ana lo era todo para esta pequeña familia, no teníamos mucho dinero, pero nos esforzábamos en darle lo mejor. Ana iba al colegio, leía, jugaba, cantaba, soñaba... Era una niña normal y corriente, una pequeña que acababa de cumplir los diez años y que lo único que pedía en la carta a los reyes era una casa de muñecas.
Ni su madre ni yo entendíamos porqué era tan importante aquella casa en la que se había fijado al pasar por la tienda del barrio, pero era lo único que nos había pedido como regalo desde que teníamos memoria, así que claro que entramos en ese mismo momento a preguntar, pero el precio la hacía totalmente inaccesible.
Le ofrecimos construirle una o comprar otra más barata, pero Ana siempre contestaba que prefería esperar hasta que pudiera conseguir esa. Así que decidimos empezar a ahorrar poco a poco.
Fue difícil, pero lo conseguimos, y nunca me arrepentiré del esfuerzo que hicimos para que esa casa de muñecas llegara a nuestras vidas.
¿Que por qué? Bueno, todo empezó un 20 de abril de 2004.
Ana estaba, como siempre desde que se la regalamos, jugando con su casita de muñecas.
Nunca entendimos qué hacía tanto tiempo con aquellos muñecos en las pequeñas habitaciones, y nunca oímos sus diálogos porque Ana decía que era secreto y sólo hablaban si estaban solos. Nunca... hasta ese momento, en que se acercó a nosotras y nos dijo:
- Mamás, ya soy grande y sé que la vida no es fácil, pero quiero enseñaros un sitio donde todo sale bien... venid
Lorena y yo nos miramos sin entender nada y la seguimos a su habitación.
- Sentaros, porfa.
Delante de nuestro atónitos ojos, nuestro más maravilloso tesoro representó con un par de muñecos y en su casita de muñecas la historia de nuestras vidas, más o menos.
Lore y yo no queríamos tener hijos de "forma natural" que se suele decir, ya que siempre habíamos admirado el tema de la adopción. El hacer feliz a una personita que lo ha pasado mal en la vida, una persona que te necesita y que te va a querer como nadie... No sé, siempre había sido nuestro objetivo, así que sí, Ana es adoptada, y nunca se lo habíamos negado.
Le habíamos dicho cómo había llegado a nuestras vidas con 2 años después de que su madre biológica tuviera un accidente de coche (por lo que nos habían dicho, su padre había fallecido también hacía años). También sabía Ana que la adopción no fue fácil, que había mucha gente deseando adoptar y que una pareja como nosotras tenía muy pocas posibilidades: Lore acabando los estudios, yo tabajando en una pequeña compañía de teatro que nos daba lo justo para pagar la casa y la comida, prácticamente nuevas en la ciudad y, tal vez, demasiado jóvenes para hacernos cargo de un hijo...
Pero también le contamos cómo habíamos luchado, que habíamos dado nuestras razones y habíamos demostrado que podíamos cuidar de ella, que habíamos sopesado todos los posibles problemas y que estábamos totalmente seguras de poder encargarnos de ofrecerle una familia y una vida feliz. Tardamos casi un año en conseguir todos los papeles, pero al final conseguimos adoptar a ese pequeño trocito de cielo que tanto nos asombraba día a día.
La razón por la que os cuento esto es que Ana lo representó con tanto mimo, con tanto detalle, con tanto amor... que nos hizo parecer heroínas.
Su representación de la adopción nos daba su punto de vista, nos acercaba a lo que ella había vivido en el orfanato. Nos estaba abriendo su corazón más de lo que jamás pensé que se pudiera.
Vimos sus largas noches de espera, mirando por la ventana, hasta que Lore y yo íbamos a verla al orfanato. Sacó, de un cajón de la falsa mesa de la casa de muñecas, un librito rojo que ella había usado de calendario, marcando con un trazo cada día que pasaba hasta que volvíamos a vernos, nos habló de la soledad del orfanato y del calor que le transmitían nuestras visitas...
Hacía rato que estaba llorando de emoción, cuando sacó su antiguo peluche Pafy, el primer peluche que Lore le había regalado y que era la versión 3D de un dibujo que nos había hecho Ana el primer día que la vimos.
Era increíble lo bien que recordaba cada detalle, cada regalo, beso, abrazo... que le habíamos dado antes de traerla a casa.
Pero la representación no acabó ahí, Ana siguió representando la vida que le habíamos ofrecido una vez la habíamos adoptado.
Cada viaje, cada día en el parque, cada pequeño regalo que le habíamos dado esperando hacerla feliz, verla sonreír (pese a que no teníamos nada que ofrecerle salvo nuestro amor y apoyo); todo, nos lo agradeció en esa representación diciéndonos con el muñeco que la representaba a ella, todo lo que no pudo decirnos en su día por ser muy pequeña.
- Tengo que saltarme unos años, si no sería muy largo - nos decía con una cara de felicidad inmensamente contagiosa
Lore y yo mirábamos la representación entre lágrimas y suspiros, abrazándonos felices, sintiendo que lo habíamos hecho bien.
La casa se cerró y Ana dio por finalizada la actuación cuando los tres muñecos; Lore, Ana y yo; se fueron a dormir después de un día en familia y una noche de películas Disney, y la muñeca Ana daba las gracias, literalmente, a todos los dioses conocidos, a la vida, a las estrellas y a todo lo que ha hecho posible que hoy esté al lado de las mejores madres del mundo.
Vino hacia nosotras y, antes de que pudiera decir nada ninguna de las tres, nos fundimos en un abrazo que duró varios minutos.
Después Ana dijo:
- Los mayores dicen que la vida no es fácil, pero ¿no os parece que hemos tenido una vida chachi?
A lo que respondimos:
- Sí, cariño, gracias a ti, hemos tenido la mejor vida del mundo
- Porque la compartimos con la mejor hija del mundo.
Y en ese momento, entendí por qué Ana había querido tanto esa casita, era una representación bastante exacta del teatro abandonado donde habíamos actuado Ana y yo juntas cuando ella me había dicho que ese era su mayor sueño; ser actriz, como mamá.
- Ana, mi niña, ¿por qué escogiste esta casita y no otra?
- Porque aquí - señaló un punto en el patio de la casa - fue donde actué con la mejor actriz que conozco hace unos... 5 años.
- ¿Aún te acuerdas de eso? Sandra, ¿tú habías reconocido el teatro?
- Pues lo he reconocido cuando ha acabado la función. Tenemos una hija muy inteligente, mucha más que sus madres.
- Jo, mamás, que me da vergüenza...
Y ahí quedó esa preciosa estampa, Lore y yo, Sandra, abrazadas a nuestra pequeña hija en mitad de la habitación de nuestra casa y sabiendo que, pese a lo que pudieran pensar los demás en su día, habíamos conseguido nuestro sueño.
...
Pero no acaba aquí, esa casa nos ha traído mucha suerte en la vida, pero esa quizá sea otra historia...
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: