domingo, 30 de octubre de 2016

Escondite

Volver a levantarte sin ganas,
porque suena esa alarma
que ya no sabes
ni por qué pusiste.

Era mejor
permanecer desnuda en la cama
que enfrentarse a un mundo
donde el frío parece no notarse
entre tanta capa:
la primera,
la máscara que cubre
una auténtica emoción de soledad,
de añoranza, de pena…
(porque en este mundo
no gustan las chicas tristes,
“girls just wanna have fun”);
la segunda,
la que cubre
lo que sea que quede en el pecho,
en un intento desesperado
de que alguien
luche por reconstruir el puzzle;
una más por encima,
para que no se vean las cicatrices
(las chicas buenas no tienen heridas,
su piel es suave y reluciente,
como la porcelana);
alguna más,
de relleno,
para cuando nos pregunten
cómo estamos,
qué hicimos
o cuál es nuestra historia…

Sólo alguien realmente cálido,
lo suficientemente paciente
para esperar
mientras te vas quitando las capas
una a una…

Sólo alguien
a quien realmente le importe
la figura viva que forman las piezas…

Sólo ese alguien
cambiaría la alarma por un abrazo
(o una caricia en la espalda)
y haría que salir a la calle
no fuese,
tan sólo,
embutirse en un vestido pesado
donde ni el espejo te reconoce.

Y volver a levantarte con ganas,
como de niña,
cuando había mil aventuras secretas por delante
y a nadie le importaba la apariencia,
cuando el escondite
era sólo un juego
y el trabajo en grupo
lo que salvaba la vida de todos.



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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo:

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