miércoles, 10 de mayo de 2017

Garabatos

Hablemos hoy de un amigo mío al que le pasó algo increíble; esta historia es cierta y puede pasarte a ti, así que atenta y déjate llevar por la historia de Leo, el grafista.

Leo era un chico alto, delgado, con algún que otro músculo definido y barba retocada de pocos días, tenía el pelo negro como el carbón y unos ojos color aceituna sobre los que destacaba un pequeño puntito negro en el iris izquierdo; nariz recta y pequeña, orejas algo puntiagudas y unas grandes manos siempre llenas de heridas. Leo era posiblemente el chico más guapo que hubiese visto y, por supuesto, el más simpático. Paseaba por las clases con un cuaderno en la mano, al que se notaba cómo iba perdiendo hojas con el paso de los días y cómo alguna nueva iba apareciendo tras la portada.

Siempre que le preguntaban por su libro, él decía que no eran más que garabatos, nada que mereciera la pena enseñar. Obviamente, yo no pensaba dejar que se saliera con la suya sólo por ser el más guapo del instituto, así que insistí cada día a la hora de comer en que quería ver sus garabatos.

A base de insistir (y quitarle algún que otro postre), conseguí que Leo posase el cuaderno sobre la mesa y lentamente, como quien abre el cofre de un pirata, me mostrase sus dibujos.

No tengo palabras para describir aquello, Leo creaba con una única línea que jamás llegaba a tocarse, auténticos personajes de cómic; superhéroes, villanos, personajes de películas… Todo lo que veía podría ser plasmada en aquellas hojas con líneas finas y colores primarios.

- ¿Me harías uno a mí? – Pregunté tímida sin apartar la vista del cuaderno.
- No puedo – dijo él sin más.
- ¿Por qué no?
- No sé qué dibujaré, me dejo llevar y el papel me va diciendo por donde seguir, no sé explicarlo mejor – Se encogió de hombros.
- Bueno, pues si alguna vez me dibujas, quiero verlo.

Sabía que era tímido con aquel tema, por lo que no quise insistir más, pero aquel dibujo me impresionó demasiado como para dejarlo pasar. ¿Cómo lo hará?

Pasaron los días y Leo me empezó a enseñar sus nuevos dibujos; cada vez había más detalles, pero todos eran de animales: libélulas, mariposas, erizos, arañas, leones, lobos, un puercoespín…

- ¿Por qué sólo dibujas animales? Yo vi tus superhéroes, eran una pasada. No me malinterpretes, esto es genial, pero ¿por qué sólo animales?
- No sé, me apetece dibujarte y cuando lo hago… bueno, eso es lo que sale.
- Jo, ¿y qué digo a eso? ¿Gracias? Son preciosos, en serio, pero no tienes que dibujarme a mí, dibuja para ti y yo lo veo luego, seguro que te lo pasas mejor… De eso se trata, ¿no?

Leo aceptó la oferta y volvió a pintar para él mismo, a mí me enseñaba los que más le gustaban y me regaló algún que otro animal más, un par de corazones, estrellas de cinco y siete puntas, trísqueles…

- ¿Por qué me regalas estos dibujos?
- Porque son tuyos
- ¿Míos?
- Sí
- No te gustan las palabras, ¿eh? – le guiñé el ojo – ¿una pequeña explicación?
- Cuando te conocí compré un cuaderno, todos los dibujos de ese cuaderno son tuyos, así de fácil.

Siempre me dejaba sin palabras, soltaba esas “bombas” y se iba a su maesa a seguir dibujando. Jamás me acostumbraría a ello, así que decidí imitarle; compré un cuaderno, le puse su nombre y empecé a dibujar. Nada de lo que intentaba tenía sentido, pero no me rendiría tan fácilmente, si acababa una hoja, pasaba a la siguiente. Pasaron los meses y yo había conseguido llenar más de medio cuaderno, a cambio él me había dado 45 dibujos, quería darle algo a cambio.

Miré detenidamente los dibujos de animales, todos se parecían en cierto modo… Miré mi cuaderno; líneas al azar, aparentemente. Volví a os dibujos. Mi cuaderno. Sus dibujos. Mi cuaderno… Mis ojos volaban por las hojas, empecé a seguir las líneas con la mirada, ¿dónde empezaban aquellos dibujos? Vi algo extraño…

Al día siguiente llevé a Leo a la mesa del aula de plástica, con la mesa más grande de la escuela, tenía que contarle algo.

- Mira
- ¿El qué?
- Tus dibujos
- Son tuyos
- Bueno, los que me has ido dando
- ¿Qué les pasa?
- Les falta algo
- Si no te gustan, sólo dilo
- No es eso, bobo. Sólo mira
- No veo nada
- Aggg mira que eres terco. ¿Cuántas hojas tiene tu cuaderno?
- 100
- El mío igual
- ¿El tuyo? – el pobre no entendía nada (aún)
- Sí, mira – le enseñé el cuaderno que había llenado de garabatos. 55 hojas llenas de dibujos.
- Pero eso no es nada, son sólo garabatos
- Así llamabas tú a los tuyos hasta no hace mucho
- Pero…
- Lo sé, no sé dibujar, bromeaba. Aun así, quiero darte el cuaderno

Leo miró mis garabatos y los suyos, giró la cabeza hacia mí y, al igual que había hecho yo hacía no tanto, intercaló la mirada de sus dibujos a mis hojas rayadas.

- No puede ser – dijo boquiabierto

Estaba claro que él también lo había visto. Colocó con cuidado sus dibujos en el centro de cada hoja, lo miró a trasluz… Aquello era algo.

- ¿Puedo? – Dijo señalando mi cuaderno
- Claro, es tuyo ahora

Arrancó las hojas con cuidado, las colocó en orden y formó un rectángulo.

- ¿Es todo lo que has dibujado?
- Sí

Pegó las hojas entre sí con algo de celo, miró sus dibujos y los fue poniendo por debajo, cuando creía que había encontrado su sitio, ponía una pequeña tira de celo por detrás. Unas horas después, teníamos una hoja de aproximadamente un metro cuadrado llena de celo y recortes de papel. Leo la levantó, yo le miré

- ¿Ahora lo ves?
- Es increíble
- Ya no son sólo garabatos, ¿verdad? – dije con cara de orgullo
- Nunca lo fueron

Frente a nosotras, contra la luz de las ventanas, nuestras inocentes líneas infinitas formaban la silueta de dos personas abrazadas, rodeadas de animales, con corazones enormes en el pecho y un par de tréboles de cuatro hojas en el cuello.



- ¿Es quién yo creo? – preguntó Leo con un brillo en la mirada
- Sí, es ella. Es el mejor retrato que nos podías haber hecho – le abracé

Leo agradeció mi elogio, me regaló el cuadro y se marchó, nunca volví a verle, pero de vez en cuando, cuando cojo un cuaderno y hago garabatos, recuerdo sus últimas palabras:

- Nunca dejes de soñarla, la vida, juntas, es infinita








Gracias a Juan Carlos Marek 
por las ilustraciones, espero que os gusten.

2 comentarios:

  1. ¿Cómo era aquello de un reloj de arena tumbado para que el tiempo dure eternamente? Me sigue gustando tanto como el primer día :)

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    1. Me alegro de que te guste, no levantemos ese reloj de arena!

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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo:

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