jueves, 23 de enero de 2020

Miedo, polvo y ceniza

Cuando nací, entre polvo,
añoraba ver el mar,
sentir las olas y la brisa,
jugar, como me contaban en cuentos
que debían hacer las sirenas.

Crecí entre tierra y ceniza,
me lijé las manos ayudando en las labores;
reconstruyendo escombros,
aprendiendo a buscar agua y comida...
Tenía tareas, juguetes, amigos,
un lugar al que llamar hogar,
una familia
que me daba fuerza y sabiduría.

Amé la tierra árida de donde mis raíces bebían,
pero yo seguía queriendo el mar.

Se decía que allá vivían mejor,
del otro lado del charco,
que había más bondad, más oportunidades...
¿Cómo no iba a creerlo?
Si de los que se fueron
ya nadie nunca volvía...

Mamá llegó un día con la cara partida en dos,
y entre lágrimas, ya cicatriz, en sus mejillas
me dijo que tenía un regalo para mí:
me daba el sueño de su vida,
me daba el mar y el "otro mundo".

Yo no conocía ningún mundo distinto, 
que no fuera de dolor y escombros.
No quería separarme de mi tierra, de mi hogar,
dejar a mi madre allí sola...
Yo quería salvarme con ella,
pero todo nuestro mundo sólo valía un pasaje.

Sabía de la guerra y del frío,
sabía que pronto vendría otro ataque,
que podría caer nuestra casa y llevarnos consigo,
que las calles eran peligrosas,
sabía por qué mi madre quería que huyera lejos,
por cualquier vía.

No sin esfuerzo, logró meterme en una barcaza,
llena de familias rotas como la mía.
Pero resultó que no éramos sirenas,
el mar nos enseñó los dientes entre embestidas
y yo me escondí como pude en un rincón de aquella jaula
rezando por llegar a tierra,
al menos con media vida.

Ahora hay quien me ve amenaza,
quien teme el miedo de mis pupilas.
En este mundo sin ruinas,
será que aún mancha mi ceniza...


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