Cuando los juegos de infancia
se mezclan con las ganas de crecer,
con la ilusión de encajar...
siendo tan diferente como el resto.
Cuando se nos enredan en la lengua
temas contradictorios
y luchamos por creernos originales,
con miedo a no ser parte del todo.
Aprendemos demasiado rápido
a reírnos de nuestros sueños,
para que no vean que en el fondo
seguimos siendo ese niño pequeño
que lloró con la muerte de Mufasa.
Algo cambió en nuestro cerebro,
hizo un clic que ya no da marcha atrás
y olvidamos las princesas y los peluches
escondidos ahora en el armario
solo para emergencias.
Las camisetas rotas que pintábamos con barro,
se hicieron hoy trajes elegantes,
pantalones de rotos perfectos
y mochilas que definan
si pertenezco o no a este grupo.
Las mañanas desayunando entre risas,
hablando del nuevo proyecto del cole...
se empañan entre rápidas quejas
por un nuevo examen
o el consabido "tú no lo entiendes".
Decimos que todo va bien
y hasta nos convencemos de que así es la vida;
total, los demás hacen lo mismo
y dicen ser felices...
Con la edad perdemos autoestima;
bebemos si los amigos beben,
salimos aunque no nos apetezca,
pasamos por fases de música que luego nos avergüenzan
y dudamos de nuestras decisiones
si nadie más piensa parecido.
En este mundo en el que se premia la rareza,
en una generación que se jacta de su diversidad,
qué difícil es querer pasar desapercibido por ser único,
llevando el peinado de moda
y aparentando lo que todos,
en algún filtro de Instagram.
Por las historias que rondan tu mente. Por las ganas de cambiar el mundo. Por las rimas. Por la música. Por el arte... El primer puercoespín enamorado de las letras comparte sus cuadernos de poesía. Cuidado, puede ser muy dulce o utilizar sus púas.
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