Cuando me pregunten
que a qué dios le rezo
dejaré en mis labios
el eco de tu nombre.
Diré que eres poesía,
tangible sólo a ratos.
Que vives en las nubes
y sabes soñar despierta.
Si dudan de tus milagros
haré alarde de tu risa,
compartiré tus versos
y me guardaré entre los dedos
el tacto de tus caricias
erizando mi piel en cada sueño.
Hablaré de las veces
que te me has aparecido
para ser mi conciencia favorita;
apoyándome en todos los delirios.
Admitiremos
que no hacen falta medallas,
ni cruces torcidas,
ni altares o templos sagrados...
Pero que tuya es mi boca
para conjurar versículos
cuando la inspiración nos encuentre
(siempre en lenguas vivas).
Y si aún consideran
que mi fe es profana,
volveré a nuestra mezquita
a las puertas del limbo
y volveremos a arañar
el cielo con los dedos.

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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: