jueves, 28 de noviembre de 2019

Escrito - Sin Editar

Pasan las horas;
el reloj se ríe del temblor de mis manos,
los párpados pesan más a cada instante,
la espalda ya no es lo que era…

Subo el brillo y guardo.
Cambio el título,
corrijo una coma…
Y vuelvo a quedarme en blanco.

Se me aceleran los sentidos,
pensando que las horas pasan demasiado rápido,
pero me enfrento una vez más al documento
y no hallo sentido en las palabras.

Me asaltan las dudas; desisto.
Alejo mi alma del texto,
copio datos aleatorios de una página cualquiera,
inserto cita a pie de página:
“aquí cayó otra lágrima,
                   aquí murió el proyecto”


Recuérdenme de nuevo
para qué hacemos esto,
¿por qué luchamos contra el sueño
para seguir perdidos entre datos
que nunca cobrarán sentido?
Si nadie parece querer ayudarnos
a desenredar el ovillo
en este laberinto del minotauro;
en esta búsqueda desesperada
de un título que nos valide
y nos ponga algún cero más en la etiqueta.      


Y quizás así
seguir perdiendo noches,
sin vivir nuestro cuento,
escribiendo otra sinopsis fuera de contexto
que, lo más probable,
es que nadie llegue a leer(nos) nunca.



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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo:

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