Te odio,
veneno asqueroso de mis venas;
tizna, carbón y azufre
en mis besos;
ermitaño amargo
de este pecho en ruinas,
hipócrita fanático
de crítica débil.
Te odio,
fracasado ilusionista,
mago sin chistera…
Llegó el momento que temías;
ya no me creo tus farsas.
Te dejo,
y no quiero que vuelvas nunca.
Quédate en tu tumba,
olvida mis recuerdos,
cierra tu sarcófago
y pierde.
Pierde tus juegos,
tus ganas de guerra
y mis guerras
entre tus garras.
Me quiero,
y por eso me niego
a vivir contigo,
a compartir contigo
algo más que el hambre.
Me largo,
dejándote atrás
como siempre quise,
diciéndote adiós,
ya que tú
nunca tuviste el valor de despedirte.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: