He muerto
a
los pies de mi cuaderno
tratando
de
escribirte un verso.
He
propuesto a las estrellas
la
osadía de su puesto,
por
observarte cada noche
susurrando
a los sueños
que
prefieres dormir sola.
He
perdido el sentido
por
tus manos desnudas,
pero,
una vez más,
ni
tú serás capaz
de acabar
con mis dudas.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: