Cuando
es su boca la que aprieta las tuercas,
hasta el
más cuerdo se vuelve loco,
hasta el
más sabio se siente ingenuo
y el más
galán, un incomprendido en la materia.
Cuando
son sus manos las que desatan los nudos,
¿quién
preferiría un fisioterapeuta?
¿quién
no volvería la vista, abalanzándose a su cuello?
¿quién no
se derretiría entre sus dedos?
No
alcanzo a imaginarme
lo que
sería despertar entre sus brazos
o leerla
poemas antes de ir a la cama.
No me
atrevo (aún) a soñar despierta
con un
mundo donde no nos separemos,
y todos
los “adioses”
queden
en un “luego nos vemos”.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: