jueves, 28 de noviembre de 2019

Escrito - Sin Editar

Pasan las horas;
el reloj se ríe del temblor de mis manos,
los párpados pesan más a cada instante,
la espalda ya no es lo que era…

Subo el brillo y guardo.
Cambio el título,
corrijo una coma…
Y vuelvo a quedarme en blanco.

Se me aceleran los sentidos,
pensando que las horas pasan demasiado rápido,
pero me enfrento una vez más al documento
y no hallo sentido en las palabras.

Me asaltan las dudas; desisto.
Alejo mi alma del texto,
copio datos aleatorios de una página cualquiera,
inserto cita a pie de página:
“aquí cayó otra lágrima,
                   aquí murió el proyecto”


Recuérdenme de nuevo
para qué hacemos esto,
¿por qué luchamos contra el sueño
para seguir perdidos entre datos
que nunca cobrarán sentido?
Si nadie parece querer ayudarnos
a desenredar el ovillo
en este laberinto del minotauro;
en esta búsqueda desesperada
de un título que nos valide
y nos ponga algún cero más en la etiqueta.      


Y quizás así
seguir perdiendo noches,
sin vivir nuestro cuento,
escribiendo otra sinopsis fuera de contexto
que, lo más probable,
es que nadie llegue a leer(nos) nunca.



lunes, 25 de noviembre de 2019

Nuestra partida

Cuando nos roban el nombre
y nos ennegrecen el canto.
Cuando se apropian del verso afilado
y le pintan mentiras de mesa de instituto.
Cuando usan nuestra sentencia
como mantel de sus encerronas
y firman en nuestra piel sus dianas...

Se me derriten las máscaras,
los bien-quedismos
y la hipocresía.
Se me agarrotan los gritos de guerra
y las danzas primales
previas a cualquier batalla.
Se nos encasquilla la bala
que apuntaba a tus jueces corruptos.

Cuando el mundo pierde la crítica
y confunde los estilos por etiquetas.
Cuando el norte se gira
y se niega a acoger
lo que está en camino..

El mundo deja bien claro
que no quiere adaptarse a esta sociedad absurda...
Que sigue sin distinguir
lo legal de lo justo
y la verdad de la apariencia.

Me he cansado
del mundo de plástico rancio
que acecha tras las pantallas,
anclándose a sus cinco minutos
de fama "porque sí"...

Si te vistes de ego
en las noches de invierno
y de afectado en verano,
olvidando tus ideales
y mancillando nuestras esquelas...
No juegues conmigo.

Si el mundo te importa
lo que las visitas y seguidores,
si la política te sirve de moda
y votas colores
opuestos a los que proclamas...
No me incluyas en tu partida.

Si piensas que el mundo
es solo tuyo para consumo,
sin dar nunca nada
y sin luchar sus duelos...
Abandona la mesa.

Deja de rodar los dados
y olvídate de ganar.
Ahora juegas bajo nuestras reglas.

Imagen de darksouls1

lunes, 18 de noviembre de 2019

Mi fantasma

Hoy te he visto en su mirada;
ese calor, que sólo desprendían tus ojos tras un beso,
recorre toda su piel, sin carga,
destrozándome al tacto.

Hoy te he sentido en sus caricias,
respirado en sus bostezos,
y me he encontrado a mi yo de aquel entonces...

Me he mirado sentir, de lejos,
aferrándome a tus labios sin escudos,
dándome sin miedo a tu utopía.
Y te he entendido en tensión en pie de huida.

He podido seguir tu mirada,
comprobando el riesgo,
tomando las precauciones que yo jamás comprendí.
He aprendido que así creías protegerme,
y he visto la ironía del déjà-vu.

Me veo hoy aquí, en la intemperie,
comprendiendo que tu entrega fue absurda,
que te diste sin consecuencias,
que fue en vano tu derrota...
y, con ella, la mía.

Que pasa el tiempo y nada cambia.
Yo tan ingenua como antes
y el mundo tan gris como esa noche.

Ojalá no tuviera en su mirada
el hueco eco de tu voz
gritando alerta.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Antes de que nos prohíban

Antes de que nos prohíban,
rompamos el armario
y vistamos las mentes
de colores arcoíris.

Mientras aún podamos,
durmamos juntas sin complejos
y comámonos a besos
sin escondernos.

Todo el tiempo que nos quede,
portemos con orgullo
las etiquetas que mejor nos sienten:
escritas de nuestro puño y letra
con caligrafías grandes, claras
y diversas.

Ahora que aún nos quedan fuerzas
y no han podido silenciarnos,
dejemos constancia de nuestra libertad:
demostremos que libres
somos fuertes,
sin hacerle mal a nadie...

No bajemos la cabeza,
no nos avergoncemos,
no dudemos
ni tratemos de ocultar lo que sentimos.

Quememos las fronteras
que no hayan caído aún,
unamos fuerzas
y aliémonos, como hace años.

Antes de volver al clandestino,
de perdernos en las sombras
y sufrir su oscuridad.
Antes de caer en el olvido
y bajar los puños...
Alcemos nuestras voces
más alto que sus farsas.

Que no haya una sola esquina
que no sepa que existimos
desde que el mundo es mundo;
que no somos plaga ni enfermedad
que pueda curarse
en una sala de tortura.

Que somos tan solo seres
que salieron de sus normas inventadas
movidos por el deseo, el amor
o la identidad e integridad física.

Que nadie nace con la mancha
de su mente adoctrinada por la ira,
que el patriarcado es una lacra
que se va imponiendo día a día.
Que no todo es azul o rosa,
que la hetero-normatividad no es
sino otra filia;
quizá con mejor propaganda
y, por unos pocos, enaltecida...

Por toda la gente que sale,
por quienes saldrán o ya han salido,
por quienes no encajamos en sus normas,
luchemos por parar esta locura,
esta regresión sin-sentido.
Ahora que aún podemos,
no dejemos que prohíban
nuestras formas de vida.


martes, 5 de noviembre de 2019

Alegato - Sin Editar


Es cierto señoría, ya no quedaban piedras en mi acera, no sé cuándo pasó, las usaban los niños para hacer sus torres y escondites. 

El techo del palacio parece haberse derrumbado, lo admito, fue el peso de los escombros. 

Quizá alguna piedra sí tiramos, quizá entre grito de auxilio y llamadas de socorro se nos escaparan un par de chinas, de esas que nos molestan siempre al caminar encorvados hacia nuestras prisiones selectivas de ocho horas diarias (como mínimo). 

Lo asumo, magistrado, yo estaba allí día a día viendo como crecía su montaña, como se resquebrajaban los cimientos... Tal vez no oyeran mis avisos, puede que no quisieran escucharme o hicieran ver que no entendían mi acento... Ya ve usted, ¿qué tanto se diferenciará del suyo? si sus niños han jugado con los míos en el parque, y ni problema tuvieron para compartir los juguetes. 

Pero eso fue antes, cuando Emma iba a recogerlos y el pequeño Juancho gritaba "mamá" a los cuatro vientos y se sacudía la tierra antes de despedirse de Carlos. Antes de que el señor Santiago nos viera en la acera de enfrente abrazando a nuestro precioso príncipe, todo engalanado con collares y con su vestido favorito, ilusionado por su cumpleaños. 

No quiero pensar mal del caballero, ilustrísima, pero fue desde entonces que Carlos ya no pisa el mismo parque, ni puede volver a abrazar a su Juancho, jugando a las cocinitas en la arena bajo el tobogán. 



Me admitiría culpable si de dejarles ser felices se me acusara. Incluso si me dijera que por mí son menos "machos" y perdieron agresividad. Firmaría mi sentencia ya mismo si se debatiera quién les dejó el maquillaje para decorarse las mejillas... 

Pero, señor juez, no puedo culparme de lo ocurrido con el pequeño Carlos y el señor Santiago. Desconozco los motivos que llevaron al pequeño a hacer aquello, pero creo saberlos bien, y no los encontrarán entre mis paredes. 

Siento que el palacio cayera y se quedase destrozado aquel despacho tan gris, de rojo oscuro y pequeños brillos dorados... Pero perder lo que significaba; ver al niño trotar feliz por la acera hacia mi puerta, sabiendo que lo recibiríamos con los brazos abiertos; escuchar cómo relata contento que su padre ya no lo separará de nosotras, porque se ha cansado de dejar la piedra en su tejado y ya movió ficha; volver a cocinar todos juntos después de tantos años sin verlo y hablar de la chica que le gusta y sus rizos alocados y ver cómo le han sentado los 12 años que tantos enredos le han hecho a mi niño... No, señoría, eso jamás lo sentiré, desmentiré, ni dejaré de valorarle ante nadie que pregunte. 

Entiendo que el señor se enfade al ver que su hijo renuncia a lo que ha querido imponerle... Pero el juicio ha de cambiar de inmediato si pretende recuperar el tiempo perdido.

Así que me dirijo a usted, señor Santiago, ha ignorado muchas veces sus llamadas, pero aún queda una piedra en su tejado... Sé que Carlos estará feliz de explicarle lo que siente, si se para a escucharlo y deja de ponerle etiquetas despreciables a sus sueños... Porque le diré una cosa, si no cesa en su empeño, no dude que le ayudaremos a pegar todas y cada una de ellas, hasta formar unas preciosas alas que lo saquen lejos de su nido con efecto inmediato. 

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