El aullido rompió la noche como una desgarradora dentellada...
Era una tarde gris de primavera, la primera del año en la finca del abuelo, Roo había estado esperando aquel día toda la semana. Le encantaban las tormentas bajo el calor de aquel lugar. Todo parecía un set de cine, preparado al milímetro para que la pareja protagonista se diera el beso final y "vivieran felices y comieran perdices".
Su familia llevaba años celebrando allí el fin del invierno; hacían una hoguera, se sentaban en círculo, cantaban canciones y hacían todas las típicas escenas de familia feliz que se les pudieran ocurrir. Luego se reían y seguían con sus vidas hasta el año siguiente. Era el único día que estaba prohibido discutir o recriminar cosas del pasado. Una vieja tradición que, por alguna razón, nadie desobedecía... Supongo que en el fondo les gustaba sentirse unidos al menos ese día.
La celebración estaba a punto de terminar y todo el mundo quería irse ya a la cama. Pero había sido de los mejores años que recordaban y nadie sabía cómo ponerle el punto final. La comida al calor de la hoguera apenas se había quemado, nadie había protestado por las viejas canciones de siempre y hasta los mosquitos parecían haberles respetado y nadie salía rascándose en la foto familiar... Sin embargo había un gran elefante en la habitación, uno de esos secretos que todos saben, pero no se pueden decir, porque si se habla... bueno, supongo que resultan ciertos, y eso es más difícil de asimilar.
Roo no aguantaba la tensión, sabía que en cuanto dieran las 12 se acabaría la calma y el pacto de nada de discusiones. Aún quedaban unos minutos, así que los aprovechó y salió a la campa a ver llegar la tormenta. No la siguieron, quizá entendían por qué quería aprovechar esas horas o quizá no se habían dado cuenta de que salía sigilosamente por la puerta del sótano y desde allí al jardín trasero.
No tardó en notar las gotas suaves sobre sus manos y se dejó inundar por ellas. Bailó sola bajo la lluvia y se llenó las botas nuevas de barro mientras giraba sin parar entre el césped. Lo sintió acercarse por detrás de la casa, iluminando todo el cielo sin estrellas. Parecía que la luna flotaba en un limbo extraño, mientras la luz esperaba al sonido. Roo contaba en voz baja los segundos ansiando gritar con el trueno para dejar todo atrás un año más...
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: