Echo
de menos la alegría que solías crear de la nada y que yo iba recogiendo a tu
paso. Cuando tus manos buceaban en mi pelo y yo cerraba los ojos para que no se
escapara esa sensación… Saber que era
tontería mirarte a la cara mientras hablabas, porque siempre tendrías la mente
en otro sitio y no te darías cuenta... Que nunca cogerías el móvil a la
primera, porque da mala suerte, o que los besos con lengua hay que reservarlos
para las noches de luna durante el invierno.
Echo
de menos la casita del árbol donde escribiste nuestra primera aventura en la
playa; aquel dibujo que trazaste con tinta invisible y aseguraste que se te
había secado el boli y nunca podría ver la obra acabada…
Sí,
definitivamente estabas loca, pero nadie en su sano juicio podría haber hecho
de la magia algo tangible y habría vivido para contarlo.