sábado, 10 de septiembre de 2016

Síndrome nocturno



Se apagó la luz y ella emergió de entre los árboles, como si la música de aquella naturaleza fuera el único grito de guerra que pudiera convocarla. 

Menguó la luna y salí de mi cueva, sólo a verla, como cada noche, esperando el día en el decida no salir.

Conté estrellas sin constelación y perseguí el último de los meteoritos. Vi cómo el cielo perdía el último brillo ante el resplandeciente regreso del sol y aparté la vista. 

De nuevo en mi cueva cerré los ojos, aullé en silencio y volví al duermevela de quien persigue un sueño que sabe que algún día se asomará en la noche a escuchar la voz del bosque cuando le quitan la mordaza.

Y como cada noche, lobo y libélula contemplaron el mismo amanecer, unidos sólo por el canto de esa luna que se atrevió a dar le brillo de sus alas a unos ojos cálidos, en un vano intento de unir a las dos especies más irreales de este lado del planeta.

“Están hechos de la misma materia, el problema es que no lo saben”…


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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo:

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