He aprendido a vivir sin escudos,
a dejarme la piel en las calles...
Rompimos todos los esquemas,
hablamos idiomas prohibidos,
quisimos sin perder el miedo.
Quizá fuimos jóvenes
tan sólo una vez.
Nos hicimos promesas de cuento
que nunca llegamos a cumplir.
Te despediste soltando unos besos
que, según cuentan, jamás recibí...
Lloraron las calles tu nombre,
te sentí en las yemas de mis dedos
con cada caída, con cada desierto
de tus besos olvidados en otros labios,
irónicamente, más tiernos.
Quisimos querernos sin reglas
pero nos adivinaron las trampas
y en la siguiente esquina
nos quitaron los juegos...
Yo me vestí de rebelde sin causa
mientras vibraba de valor tu huida.
Llegaron las máscaras y los cantares,
el eco retumbando en los callejones
"todo esto es culpa mía".
Me pegaron la cabeza al suelo,
ignoraron mi mirada perdida;
vacía de todo lo que te recordara,
atada solamente a la herida del pecho
que rasgó vientre, mente y moral
con el filo bañado en sal,
como guinda de plata de esta cruel mentira.
Resucité de tu cárcel de amor imposible,
me llevé la culpa a la espalda,
el pesar en los pies, cansados de seguirte.
Hice las paces con quien fuiste
y me dejé ser sin ti una madrugada al mes.
Reinventé rascacielos en este nosotras sin vida.
en este hablarte en pasado,
sintiendo el pecho arder.
Conquisté el futuro que me prometiste;
aprendí a vivir sin tu guía,
sin tu inestimable apoyo en cada reto,
me hice de hielo por fuera y por dentro
porque pensé
que sólo contigo ardería...
Hoy anhelo el recuerdo de tu furia,
porque al fin comprendo tu última canción...
fue tu vida, por la mía.
Ahora viviré por ti en nuestros espejos,
para quererme en tus ojos
cada día.