jueves, 23 de octubre de 2014

La historia que no pasó

Esta vez no voy a empezar la historia con “Érase una vez”, porque esta es una historia que no fue, esta historia que voy a contar a continuación no sucedió nunca…

Nunca capturó un dragón a una bella princesa, a la espera de su príncipe azul. Tampoco llegó el susodicho al castillo, a enfrentarse con el salvaje animal para demostrar su amor. Ningún juglar contó la historia del héroe en su poblado para conseguir hacer fortuna. No llegó ningún joven caballero a reinar su pueblo, aclamado por su gente y amado por su esposa.

No, queridos desconocidos lectores, esta historia no es como todas las que ya hemos leído, no es la historia común que todos conocemos de reinados y dragones…
Esta es la versión del dragón. No digo con ello que sea la versión real, de hecho la “real” sería la de la reina… ¿no?

Podemos decir que esta es simplemente la cara B de la historia.


Dejadme presentaros al dragón, ese animal magnífico, alado y majestuoso que un día surcó los cielos en busca de su lugar en La Tierra.

Este en concreto, el de esta histora, es un día apresado y llevado a un castillo.

Allí, alejado de los de su raza y su familia y sin nada que hacer salvo dar vueltas al castillo, el pobre animal se enfada con frecuencia. Tal vez consigo mismo, tal vez con su desconocido captor, o incluso es posible que con las cadenas que le impiden volver a su hogar.

Es un dragón; grande, fuerte, maestro de los cielos y con un poderoso poder para producir fuego… ¿Tan raro es pensar que cuando un dragón se enfada lo quema todo a su paso? ¿Podéis juzgarle por ello?

Pero el dragón también es un animal sabio, vive mucho tiempo, no tiene sentido pasarlo siempre mal, ¿verdad? Así que llega un momento en que ese dragón atado al castillo, termina aceptando su situación y acostumbrándose a que eso sea así.

Decide hacer de ese su nuevo hogar, busca algún hobby, algo que hacer para pasar las horas… Quizá lo intentó con la pintura, la escultura, la lectura y otras mil posibles aficiones, pero finalmente se decidió por el ejercicio.

Así es como, dentro de lo que le permitían las cadenas, el dragón de esta historia se mantuvo en forma sin demasiado esfuerzo. Quizá se aficionó a la versión individual del quiddich, pues consiguió aprender los movimientos que le permitían volar sin que las pesadas cadenas lo hiriesen o frenasen.

Todo parece ir bien, ¿verdad? No está en libertad plena pero no pasa nada, vive con ello y hasta parece que es feliz…

¿Sí? ¿Eso creéis? Genial

Este es el momento perfecto, pues, para que volvamos a cambiar los planes de este dragón. Vamos a meter a una persona en el castillo.

Pero no a una persona cualquiera, vamos a meter a una chica guapa, a la que no le gusten nada los dragones, friolera (para poder soportar el intenso calor que supone un castillo rodeado de fuego día y noche)… Pero, lo más importante, vamos a decirle que es por su bien, porque está maldita y solo el beso de un príncipe azul puede salvarla.

El dragón es pacífico, al fin y al cabo, la chica también está a disgusto, así que ¿para qué molestarse en matarla?

Pero aun así, hay que reconocer que es una putada difícil… El dragón acaba de perder parte del castillo, ya que si entra quizá la muchacha se sienta atacada y decida defenderse…

La cosa es tensa al principio, pero la chica de esta historia no tiene tan mala pinta… No se ha metido de momento con el dragón y, tal vez porque es su única compañía, empieza a verle como su amigo protector.

No pueden hablarse, no hablan la misma lengua, pero hay gestos que indican que hacen un pacto de cohabitación pacífica.

Así pasan los años y, un buen día, la muchacha encuentra el final de las cadenas y decide desatarlo para que vuele libremente y se vaya de allí si quiere.

Pero, como ya he dicho, el dragón se había acostumbrado a aquello, así que decide quedarse.

Luego piensa que quizá la mujer lo ha liberado para que se aparte y así poder salir de allí, así que decide que se irá uno o dos días y luego volverá a su hogar.

Pero la mujer sigue allí cuando vuelve, así que siguen pasando los años y se hacen cada vez más amigos: vuelan juntos, la mujer lee en voz alta alguna aventura épica, el dragón enciende las chimeneas para que la mujer pueda cocinar… Vamos, unos compañeros de piso como otros cualesquiera…

Todo parece que va a acabar así hasta que un día llega un “mindundi con pintas” al castillo.

Tanto el dragón como la mujer suponen que es el nuevo inquilino y deciden que han de darle una bienvenida, así que sale a saludar el dragón.

A partir de ahí todo se tergiversa; el “mindundi con pintas” va armado y grita ser un caballero que viene a salvar a la princesa, esta no sabe qué hacer porque nunca ha visto a un caballero y el dragón piensa que lo mejor es hablarlo y explicar al “mindundi con pintas” que esa mujer no está allí obligada.

Pero cada vez que el dragón trata de acercarse, el otro lo ataca o huye, así que en una de esas veces, decide retirarse y dejarle hacer.

El caballero llega a la habitación de la princesa y la secuestra para que sea su mujer criada.

La mujer no se defiende y deja ese trabajo al dragón, quien, esta vez, gana al muchacho, salva a la mujer y continúa su vida con su compañera de piso como tenía pensado.

El muchacho no ha sido asesinado, solo apartado, así que suponen que volverá a intentarlo.

Por primera vez, y gracias a las lecturas de la mujer donde pudo conocer su idioma, el dragón habla a la mujer:

-         ¿Quieres conocer a mi familia y dejar este castillo?

Y la mujer sube al lomo que le ofrece su amigo y marcha con él al mundo de los dragones, las hadas, la magia y todas esas cosas que nadie creería nunca si se lo contaran.


Esta es la historia del dragón y esto es lo que pasó con esa princesa.

Si no lo cree, señoría, entonces juzgue a mi cliente como una bestia, pero recuerde: solo lo han detenido porque el ser humano ha querido edificar en unas tierras en las que vivía y, además, ya ha tirado abajo su antiguo castillo, así que se ha visto en la calle y sin hogar con una familia a la que cuidar.

Así pues, ahora le pregunto a usted: ¿Quién es aquí la bestia, el dragón o el hombre?

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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo:

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