Nunca supe empezar una carta, mucho menos esta, por lo que
espero que no te importe demasiado esta manera tan brusca de ir directa a no ir
al grano.
Lancé al espacio una moneda para decidir si mandar o no esta hoja y, aunque pensé que no iba a volver nunca, volvió y salió cara. Y sí, la cara significaba esto mismo, que te plantara cara... Que mandara esta carta.
Así que aquí estoy, tratando de no decir lo que no quiero tener que decirte...
Intenté hacer un esquema, para saber qué era lo que tenía que decirte y no irme por las ramas, pero en mi afán por no querer despedirme, escribí este esquema con tinta invisible y no he encontrado aún un mechero para que aparezcan las palabras....
Y así, ya que te escribo y que ya sabes más o menos por donde van los tiros, creo que eso que no quiero tener que decirte, no es otra cosa que... que te extraño, que te echo de menos; que añoro los días en que jugábamos a no querernos, mientras por debajo de la mesa entrelazábamos los pies sin que nos vieran... Y extraño tus besos, ¿por qué no decirlo? y las noches perfectas en las que no dormimos... Tus abrazos de oso, tu lengua en mi cuello, extraño cada uno de esos jodidos momentos perfectos.
No fue culpa mía, ya lo he comprendido, pero nunca sabré qué te movió a hacerlo, me jode admitirlo, pero quizá sea la duda la que no me deje olvidarlo y no tu recuerdo ni el no tenerte a mi lado...
Por eso te escribo, como cada noviembre, para pedirte que me esperes ahí arriba y que cuando llegue, me expliques por qué te fuiste para siempre...
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: