Te busqué
entre el humo de mis cigarrillos.
Fuiste tú quien me pegó esta absurda costumbre,
este macabro suicidio silencioso.
Fue tu mano quien sujetaba la boquilla mi primera vez,
tú, quien aspiró el humo
para deshacerse de él en mis
labios,
y es por ti por quien sigo en esto…
Cada vez que mi alma te extraña
o te reclaman mis versos,
sigo el mismo camino que tú aquel día trazaste,
y sentada en este
mismo banco, me enciendo el cigarro
que liaron tus labios, sobre mi espalda desnuda,
tan sólo un día antes de
marcharte.
¿Quién me iba a decir que, pasados los años,
llegaría a gustarme esa suave quemazón?
¿Quién habría apostado que sería yo
quien vendría a este antro a fumarme tus recuerdos?
lograrías envolverme entre tus plantas
y acabaría besándote los pies, deseosa de más…
¿Quién hubiese dicho, hace sólo unos años,
que estaría aquí,
esperando que el tabaco y el alcohol sirviesen de reclamo
y te aparecieras conmigo una noche más?
… Supongo que yo,
que yo lo habría dicho,
pues siempre supe que, si te ibas antes,
seguiría tus pasos para estar contigo,
siempre,
donde quiera que fueses.
Al fin y al cabo, en eso consistía el trato.
Qué pasada, María! *.*
ResponderEliminarJo, muchas gracias Judith, me alegran mucho tus comentarios!!
Eliminar*Muak*