Vacío, completo y absoluto vacío.
Su mundo ha sido víctima de un
experimento químico para el que nadie había pedido permiso. Se ha quedado sólo
entre un montón de escombros y, por no quedar, no queda ni frío. Por más que
mire a todos lados, no puede ver nada, no reconoce el pueblo en el que ha
vivido toda su vida.
Y es que ya no hay vida. Ya no
hay ruido. Ya no hay nada…
Ahora es pasajero de un barco sin
tripulantes, único habitante de una tierra yerma.
“Hasta el Sol se ha ido”, piensa
mirando al cielo.
No quiere mirar lo que fue su
casa, pues sabe que no encontrará a nadie, al menos a nadie vivo. Lleva dos
horas pellizcándose por si tan sólo fuera un sueño, pero la realidad es su peor
pesadilla. Y allí se queda, inmóvil, entreviendo el suelo entre las palmas de
sus manos sin lágrimas que liberar, ni grito que desgarre su garganta.
No tiene nada que contar, nada
que decir, nada… Ya no siente nada…
Quiere morir pero no sabe cómo;
algo le grita que huya, que se salve… pero ¿para qué? Está en un desierto en
mitad de la nada y sabe que por más que luche, que empiece de cero, que le
ponga ganas… por dentro seguirá siendo parte de ese infinito vacío, de esa “nada”
que se lo ha llevado todo…
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: