Dejé de escribir.
Lo sé porque las teclas aun
tiemblan pensando que esto es otro trabajo, algún esquema para el examen, otro
repaso de última hora…
Me miran con rabia, como diciendo
“¿qué te ha pasado? ¿Ya no te dignas a mirarnos? ¿Te damos miedo?”…
Y tienen razón, porque cuando
escribo, y digo escribir de verdad: sin límites, sin presiones, sin pautas ni
temas a tratar, sin numeración de páginas ni Arial 12 con interlineado X…
Cuando dejo un trocito de mí en las palabras más humildes, entonces… acaricio
las teclas, empiezo despacio y sin prisas, como con miedo de hacerlas daño, cuidando
cada detalle, dejándome llevar, escuchando su melodía e incluso… sí, ¿por qué
no? Incluso incitándolas a jugar conmigo, a moverse de sitio, a agarrarse a mis
dedos un poco más para alargar alguna vocal que no quiere callarse…
Dejé de escribir y ellas lo saben.
Pensaron que las había abandonado
que se había acabado el baile… y pararon la música…
Para bailar hay que mirar a los
ojos, no a la pantalla. ¿Qué sabrán las palabras? La magia, la verdadera magia,
está en el cariño con que deslizas las yemas de los dedos por las 83 tuercas
que ajustan o liberan la historia…
Chicas, se acabó la cuarentena,
estas manos que tanto os echaron en falta volverán a rastras a susurraros cuentos
antes de dormir, a reír con vosotras y contaros penas y alegrías (todo en uno,
como siempre).
Dejé de escribir, pero tengo 83
razones para volver a la pista y dejar que suene la música.
83 exquisitas razones
ResponderEliminarMe alegro de que te lo parezcan ^^
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