Tú
que nos acogiste en tu lecho
y, en tiempos de guerra,
nos diste arma, escudo y fiel montura.
Que nos ofreciste los más tiernos reencuentros,
las peores despedidas
y muchos, muchos anhelos…
Amiga,
que has servido a nuestros gritos
y has creído en nosotros,
con fe ciega.
Que no has puesto barreras inquebrantables
a tu morada,
ni cerraduras que no pudiéramos abrir
a tu paraíso.
Compañera,
tú que cantas con nosotros
y día a día nos acompañas.
Tú,
que siempre has estado a nuestro lado…
Gracias.
Porque no me faltes nunca,
Palabra.
Una vez más,
te doy las gracias.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: