Se me escapaba entre los dedos
como la arena blanca
de aquel reloj que rompimos.
Siempre lo mismo;
venía a verme cada noche
y se difuminaba por la mañana.
Sin un beso, sin un abrazo,
ni la más escueta despedida.
Se me escapaba entre los dedos
como quien trata, inútilmente,
de capturar el aire entre las manos.
Hablaba de la soledad y del frío,
aunque no pudiera sentirlos;
se inventaba las emociones
para entender lo que le decía
pero, si la tocaba, se iba.
Se me escapaba entre los dedos
como huye el polvo de la hoja
al abrir un viejo libro.
Ya perdí la cuenta
de las noches que nos vimos,
pero guardo el recuerdo
de esa única vez que sus labios
descansaron en los míos.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: