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Marta estaba concentrada en el
lienzo que tenía delante, su profesora le había mandado dibujar el escenario de
la obra de navidad y el resultado marcaría su nota final. Estaba entusiasmada,
por primera vez desde que llegó a la escuela de bellas artes “Un escenario como
meta” alguien la trataba como una
persona con talento y le confiaba una misión tan importante como esa; la
representación de navidad era siempre el evento más solicitado del año y a él acudían
críticos de todas las regiones, era una oportunidad única de que los actores y
actrices se dieran a conocer, pero también cámaras, operarios de luz y sonido,
diseñadores, escritores, estilistas, modistas… todas las categorías eran
evaluadas y todos los conocimientos del año salían a relucir.
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¿Qué te crees que estás haciendo? Dios, a veces
pareces tonta de remate, ¿quieres centrarte de una vez? – se regañó a sí misma
Marta parando en seco sus divagaciones sobre el evento.
Se levantó del taburete, bebió
agua, se acomodó los cascos y subió el volumen de la música. Volviendo a su
lienzo empezó a imaginarse la cara de sus compañeros ante la obra de arte que
pensaba exponer. Miró el lienzo, hizo un par de cambios aquí y allá, perfilo
algunos detalles, anotó en su cuaderno las medidas que pasaría al taller de
construcción y firmó su obra dándola ya por finalizada.
Habían sido diez días de duro
esfuerzo, poco descanso y casi completo
ayuno, estaba agotada. El despertador la había levantado, muy a su pesar, hacía
casi media hora y Marta estaba ya preparada, sin embargo, se tiró en el sofá
tratando de relajar la espalda antes de presentar su “obra maestra” a
Ferreimda, su profesora de diseño. Cuando estuvo relajada, fue hacia la puerta
de salida, no sin antes mirarse al espejo para comprobar que no quedaban en él
marcas de insomnio.
-
Buenos días, señorita Vobarní, el coche está ya
preparado y esperando en la puerta, ¿quiere que le lleve el maletín? – preguntó
Leonor, la empleada de la casa encargada de servir a Marta.
-
Por favor, Leonor, ¿cuántas veces te he dicho
que me trates de tú? – respondió Marta con una sonrisa en la cara
-
Perdone, señorita Vob… Marta – Leonor respondió
con un tono apenas perceptible y la cabeza agachada en forma de disculpa y
respeto, a lo que Marta respondió con un abrazo y un beso en la mejilla
-
No es necesario que nadie me lleve el maletín,
Leonor, pero gracias por ofrecerte – respondió con una sonrisa burlona y salió
hacia la calle, se metió en el megane negro que estaba aparcado en la entrada y
desapareció en el horizonte.
El viaje hasta el instituto
duraba poco más de media hora, pero a Marta siempre se le hacía eterno, el
conductor no se molestaba en hablar con ella, aunque llevaba en la familia, al
menos, los 16 años que actualmente tenía Marta. Normalmente, la chica dedicaba
el camino a mirar por la ventana cómo sus vecinos salían a sus terrazas, cómo
los jardineros cuidaban los hermosos jardines de aquellas lujosas mansiones y
cómo los más pequeños aprovechaban que nadie los veía para jugar con los
animales, saltar en el barro y hacer las típicas cosas que hacen los niños,
pero que la gente adinerada considera sucio, ordinario y poco apropiado. Pero
hoy era un día importante, en ese momento, Marta solo pensaba en el lienzo que
tanto trabajo le había costado… al pensar en el lienzo, no pudo evitar recordar
el último trabajo que había tenido que presentar a sus compañeros, se trataba
de un monólogo sobre la importancia y la repercusión de la lectura en los niños
más jóvenes, Marta se había informado en bibliotecas, escuelas, en internet… y
había corregido su redacción, cambiado comas, puntos, exclamaciones… lo había
memorizado y ensayado más de 20 veces en casa y estaba contentísima con su
trabajo, pensando que impresionaría a sus compañeros y se ganaría, no solo su
apoyo, sino también su amistad. Desgraciadamente, no había sido así, todos sus
compañeros, y sospechaba que también los profesores, habían creído que el
trabajo se lo había hecho a cambio de dinero alguno de sus sirvientes, por lo
que la única repercusión que tuvo fue un mayor alejamiento por parte de sus
compañeros. No era la primera vez que le pasaba, y por eso ahora estaba tan
nerviosa, por eso se había encerrado y no había dejado que nadie le ayudara, ni
siquiera que viesen el trabajo o diesen su opinión, necesitaba demostrar que
los logros que obtuviera, los conseguiría gracias a su talento y su dedicación,
no al dinero.
…
Cuando llegaron al instituto,
Marta estaba temblando por miedo a repetir las falsas acusaciones. Tomás, el
conductor, le comunicó el final del trayecto y le abrió la puerta del coche
ayudándola a bajar, lo cual Marta siempre había odiado y esta vez no iba a ser
diferente. Le apartó con un gesto y se excusó diciendo que así le era más fácil
bajar el maletín y la mochila que cargaba sobre su espalda. Tomás no dijo nada
más, ocupó el lugar del conductor y salió del recinto sin expresión en el
rostro.
-
A por ellos – se animó a sí misma Marta – les va
a encantar el trabajo, y esta vez no hay nada que les pueda hacer pensar que no
lo has hecho tú.
Con el paso firme, pero femenino,
y la posición erguida, pero no tensa,
que su madre le había enseñado desde que era niña y adoptaba ya sin darse
cuenta, Marta se dirigió al despacho de Ferreimda, llamó a la puerta y esperó
la respuesta de la profesora que la invitaba a entrar.
-
Buenos días, profesora – Saludó Marta
-
Buenos días, señorita Vobarní – respondió esta -
¿ha traído el trabajo que le pedí que expusiera hoy ante sus compañeros?
-
Si, por supuesto, aquí lo tengo. – Señaló su
maletín Marta con gesto decidido e intentado aparentar seguridad – Pero, por
favor, llámeme Marta – añadió en un tono más bajó y con una voz algo más dulce,
para que la profesora dejara de tratarla de usted, cosa que no hacía con nadie
más en clase y animaba a sus compañeros a verla como un bicho raro.
-
Está bien, m… Marta – dudó la profesora, que
finalmente cedió ante su propuesta dando a Marta una oportunidad para
integrarse en la clase
-
¿Cuándo presentaré mi trabajo?
-
Quédate aquí en la pizarra, cuando suene la
campana comenzarás la clase con tu exposición, solo necesito unos minutos para
anunciárselo a tus compañeros cuando lleguen.
Así que allí se sentó Marta a la
espera de su “gran momento”
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: