domingo, 30 de junio de 2013

Mi otro yo - Cap. 4



-4-
Marta dudó un instante. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo se suponía que se iba a tomar el pasar de ella por estúpidos rumores?

-          ¿Hola? Marta, ¿eres tú? Contesta por favor, ¿qué te ha pasado estas semanas?

Paula no parecía enfadada y eso alegró a Marta, pero en seguida le planteó más dudas; ¿cómo iba a desaparecer Marta Vovarní ahora que al fin le importaba a alguien?

-          Ho.. Hola, Paula
-          ¿Estás bien?
-          Oye, lo siento, de verdad… Estas semanas que no he ido a clase… bueno, estaba… yo..
-          Tranqui – le interrumpió Paula – serán cosas de pijas jeje
-          Bueno, en realidad…
-          Que sí – volvió a cortarle – que son cosas que pasan, no te preocupes. Es solo que me preocupé un poco por ti, pero me han dicho que no es la primera vez que faltas a algunas clases ¿no?
-          No, la verdad es que he faltado muchas veces por…
-          Sí, sí.. Motivos personales, ya me lo han dicho. Bueno, ¿tienes lista ya esa demostración que me prometiste?
-          En realidad sí, no hay mucho que preparar.
-          Y ¿Cuándo me la enseñarás? ¿Estás libre esta tarde?
-          ¿Quieres quedar esta tarde, conmigo? – como ya sabréis, Marta no solía quedar con amigos por las tardes, así que no es de extrañar su duda.
-          Claro, chica-rica, a no ser que no quieras juntarte con la plebe
-          Es.. Está bien, ¿a las 6 en mi casa?
-          Genial, pero no sé dónde vives jejeje
-          Ah! En la calle Quevedo, la casa verde.
-          ¿Te refieres a la gigantesca Mansión Verde de Quevedo?
-          Sí, esa es, pero no es para tanto, es solo una casa
-          Lo que tú digas, espero que me dejen entrar con mis pantalones rotos, la sudadera de Star Wars y las zapatillas…
-          En serio, que no es para tanto. ¿A las 6 entonces?
-          Allí estaré, hasta luego
-          Adiós.

Definitivamente, Paula era lo único bueno que tenía la vida de Marta Vovarní y no podía permitirse dejarla, así que preparó la ruta que pensaba enseñarle esa tarde para demostrar la calidez de los colores fríos y decidió no decirle nada sobre Tatiana Faceless, la que sería su segunda personalidad.

Marta lo había arreglado todo para que Tatiana Faceless pudiera asistir a la escuela “Un escenario como meta”, pero aún no sabía cómo se desharía de Marta Vovarní ahora que, tanto Ferreimda como Paula, se habían fijado en ella.


Llegaron las seis de la tarde y Paula y Marta se encontraron a la entrada de la conocida Mansión Verde de Quevedo.

-          Bueno, Marta, aquí estoy ¿cómo pretendes demostrar tu hipótesis?
-          No tengas tanta prisa, demos un paseo
-          Como mandes, tú delante.

Se dirigieron con paso ligero a los jardines de La Mansión, dónde Marta señaló cada matiz de colores en las flores, cada unión inesperada de tonos y la armonía que todas ellas creaban. Paula siguió los razonamientos y se centró en ellos tratando de llegar a la finalidad de los mismos. Siguieron moviéndose hacia una casita pequeña al pie de un riachuelo cerca de allí. La cual pertenecía a los vecinos de Marta, una pareja mayor que había dedicado su vida a los colores y que le había enseñado los misterios y secretos de los mismos. Allí tomaron unos refrescos y charlaron con Berto y Eva, la pareja de ancianos, sobre cuadros y autores famosos. 

-          ¿No ibas a demostrarme algo? – susurró Paula cuando Berto salió del salón a por un viejo retrato que le había hecho en su juventud al director de “Un escenario como meta”
-          ¿A caso no te está gustando el paseo? – sonrió Marta
-          Sí, pero…
-          Pues disfruta y calla jeje

Paula, no del todo convencida, hizo caso a Marta. Así visitaron museos improvisados, paisajes espontáneos, estudios de arte artesanales… hasta algo más de las diez, cuando Paula y Marta se habían despedido de Laurance, una pintora francesa especializada en la hiper-realidad y el retrato ocular.

-          Bueno, hasta aquí mi demostración, ¿te he convencido?
-          ¿Cómo? ¿De qué hablas?
-          Recuerdas las enseñanzas de Miyagi en Karate Kid, ¿verdad?
-          Claro… ¿Estás insinuando que ahora conozco tu punto de vista?
-          No, afirmo que lo compartes
-          ¡Eso es imposible!
-          Está bien, incrédula, comprobémoslo. Veamos… ya sé, ven conmigo – Marta arrastró a Paula hasta su estudio y le acercó un lienzo y unos pinceles. – Dibuja lo que te han transmitido los paisajes de hoy.
-          ¿Cómo voy a dibujar eso?
-          Déjate llevar
-          Pero eso requiere tiempo…
-          Yo no tengo prisa, ¿tú sí?
-          Bueno, vale, lo intento…
-          Así me gusta – y dicho esto, salió de la sala dejando a Paula sola, dibujando un paisaje algo peculiar.


Eran las 11:30 cuando Paula finalizó el cuadro y se lo enseñó a Marta.

-          ¡Guau! Creo que definitivamente has entendido el doble carácter de los colores…
-          ¿A qué te refieres? Solo he juntado los distintos campos que hemos visto en uno solo…
-          ¿No te has fijado en tu propia obra? ¿No ves nada diferente?
-          Pues.. – Paula se acercó más al cuadro y recorrió con la mirada cada detalle, luego alejó la vista y entendió a qué se refería su amiga. Sus ojos se abrieron como platos, su barbilla cedió a la ley de la gravedad y casi pierde el equilibrio ante la sorpresa. - ¿Cómo es posible que haya hecho eso yo?
-          No has sido tú, sino los colores. Ya te avisó Berto jejejeje
-          Pero no puede ser, las amapolas son flores cálidas… las margaritas no… todo está al revés, sin embargo queda bien… ¿Tendrás razón?
-          Jejejejeje Claro que la tengo, me he criado con los colores, a esto me refería cuando te expliqué mi cuadro, los colores no tienen un solo matiz, dependen de la persona, la emoción, el momento…
-          Está bien, tú ganas.
-          ¡Genial! – se quedó mirándola a la espera de algo que Paula no sabía lo que era
-          ¿Por qué me miras así?
-          Dijiste que obtendría algo cuando te demostrara que llevaba razón
-          Bueno, tendrás que esperar un poco para eso.
-          No es justo
-          ¿Cómo que no? Yo he esperado dos semanas, Vovarní
-          Eso…lo… lo siento.. yo
-          Deja de disculparte, boba, que lo digo para picarte. – dijo sonriendo – Bueno, me tengo que ir ya, ¿te veo mañana?
-          Sí, claro, en clase.
-          Hasta mañana entonces – Paula sonrió, cogió sus cosas y se marchó por la puerta con una felicidad contagiosa.

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