El puesto prometía besos, pero ella, con los bolsillos vacíos y la sonrisa ladeada; con el miedo en los ojos y la cara agachada... Ella que siempre permanecía callada, se acercó al puesto y con voz decidida pidió un abrazo:
- Véndeme un abrazo ¿cuánto pides?
Te ofrezco el amor inocente de un niño pequeño, el calor de los besos que te daba tu abuelo, la caricia fugaz de los buenos recuerdos...
Te ofrezco mis versos, perpetuos y tu voz tatuada en mis oídos... ¿qué más pides?
Te ofrecería la luna, pero ya reside en tus ojos, o el cariño sincero, pero ya rechazaste mi corazón la última vez...
No ofrezco belleza pues esa ya es tuya, pero sí mis pensamientos como lugar de descanso...
No sé, ¿qué más pides?
No sé, ¿qué más pides?
- Mis abrazos no están en venta, pero te lo puedo cambiar por uno tuyo... si tú quieres...
Y esa era la mejor respuesta que le podían haber dado. Y se abrazaron. Y sonrieron. Y el cuento no acabó...
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: