Cuando nos importaba,
todo parecía moverse a nuestro ritmo,
todo tenía un por qué, una razón de ser,
pero no perdíamos el tiempo en encontrar ese motivo.
Movíamos el mundo entre susurros compartidos,
siempre al compás nuestros suspiros.
Pero eso era antes, en otro tiempo, en otra época,
en el acontecer del improperio,
en el momento en que importaba todo menos el tiempo.
Hoy releo los mensajes y muchos no tienen sentido,
sé que entonces lo tenían,
porque el sentimiento era fluido,
no como ahora que hay que auparle,
empujarle a que salga,
y ya no atina a acariciarte, sólo choca contra tanto
desplante.
Mas hubo un momento en que creíamos en esto;
cuando nos importaba,
y pasar un día sin hablarnos era lo peor del mundo,
pedirte un abrazo de consuelo lo más normal del día
(y lo mejor, seamos sinceras).
Porque cuando nos importaba lo que le pasase a la otra,
veíamos, en un suspiro, el eco de las caricias aún por
recibir,
la pena de un corazón que llora una ausencia muy presente,
el fluir de lágrimas que esperan
tras la presa de una fortaleza hierática.
Pero esos ojos solo se veían cuando nos importaba…