Si cierro los ojos aún puedo verte,
sentada en la boca del río,
mirando al horizonte sin mirar realmente.
Desde mi lugar estratégico,
quedabas encuadrada por las ramas,
siempre a contra luz, serena y de espaldas.
El agua parecía llamarte,
o tal vez estuvieseis de charla
(siempre fuiste una más del paisaje,
así que no me extrañaría nada).
A tu derecha la fiel “Burrilla”
la primera en girar el cuello al verme,
y en callarse, también la primera.
Puede que no firmásemos los árboles,
pero en aquella esclusa
aún perdura nuestra huella.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: