Entré en mi habitación y no pude reconocerla;
todo había cambiado sutilmente de color,
el acogedor olor a vela quemada había desaparecido,
al igual que ese característico calor en pleno invierno.
Mire a la pared: las mismas fotos,
a la mesa: tan desastrosa como de costumbre...
No, realmente nada había cambiado de sitio,
pero faltaba algo, todos mis sentidos me lo decían.
Salí y volví a entrar, como quien rompe un jarrón en Zelda,
esperando que todo hubiese sido una alucinación pasajera.
Y adivinad qué...
Funcionó, volvió tu fantasma.
Volví a degustar el olor de tu pelo, el calor de tu sonrisa,
el brillo regresó a las fotografías devolviéndoles su color...
Ahora sí es mi habitación, ahora que estás en ella, es perfecta.
Ahora sí puedo dormir, ahora que primero me arropas, y después, te acuestas.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: