lunes, 16 de marzo de 2015

Ese café de mil colores



La tarde del artista se tiñó de trazos
y pintó el lienzo sin intención alguna.
Él pensaba en su café, en los despertares
que pasó sentado en la terraza,
con una taza caliente entre las manos…

(Pero eso fue antes de ser artista,
cuando soñaba  con crecer y ser pintor.
“¡Serás el mejor!” decían)

Y en una paleta rebosante de tonos
encontraron sus manos el café
y pintaron solas mientras él soñaba.
Acabada la obra, quedó perplejo,
¡ahí estaba!
Acababa de pintar su juventud,
a perpetuidad en el tiempo – como decía su abuelo – ;
una mente soñadora y dos pinceles
(el corazón uno, la cordura el otro),
un café como el de casa, con sabor a hogar
(no como ese brebaje que dan en el trabajo)
y de fondo un lienzo en blanco,
tan infinito como el futuro,
tan impreciso como el presente…
Llegó el momento de  titular la obra
y, por primera vez, lo tuvo claro:
“Ese café de mil colores”.
Dejó la bata en su sitio, recogió las pinturas
y añoró el paso del tiempo
que no miden los relojes…






 

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