Escuché en tu voz las respuestas que no te di opción a pensarte.
Saboreé la sal de mis párpados caídos cuando desapareciste sin decir adiós.
Me abracé a la falta en mi pecho, mucho antes de saberte lejos de mí, lejos del mundo en tu viaje sin regreso.
En mi cabeza sólo queda ya el brillo de nuestros segundos gastados, de los sentimientos vividos, de los cartuchos quemados...
El fuego que encendiste en mi hoguera, que hoy solo deja cenizas que me alivian el alma en las inundaciones, es la muestra más viva del ardor de tus besos, del color de tu pelo en los días de lluvia, cuando ni el sol combatía tu risa como foco de luz de mi cielo.
Me aferro al regalo de tu negro carbón, cuando a media sonrisa bailaban las letras y entre idiomas ocultos, mezclabas mensajes, porque no había lengua, ni viva ni muerta, que te diera las palabras que necesitabas para describir nuestro encuentro.
Un amor, en cualquier dialecto prohibido, que arrasó fronteras y me enseñó de cero.
Una dependencia libre y sin barreras, un atarme a tu cintura en una pasión sin límite de cuerpos.
Un bailar de corazones.
Un querer a ciencia cierta, apostando el yo en tu sonrisa, ganando en nuestro singular a medias.
Una relación sincera.
Un futuro clandestino.
Tu nombre, aún hoy, sigue dándome fuerzas, porque antes de ser silencio, fuimos marea.
Te recordaré en oleadas, te querré con la luna y jamás te irás del todo, pese a plegar tus aguas para cederme arena.
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Ahora me toca leerte a mí, soy todo... ojos, supongo: